martes, 27 de noviembre de 2007

Ni perros ni gatos ven colores



Es sabido por estudios biológicos que perros y gatos no perciben los colores visuales. Esto debido a la conformación de sus ojos y la configuración de estos para servir tanto de día como de noche. Así pues el canis lupus familiaris y el felis catus, poco distinguen a sus congéneres por el color del pelaje, empero por ciertas peculiaridades físicas.

¡Y a pesar de las multiformaciones que la crianza a través de la historia ha generado en ambas especies no existe una discriminación entre las distintas razas existentes!

Jamás se verá a un carlino chino combatiendo a muerte contra un akita japonés por diferencias de origen, o a una manada de retrievers persiguiendo a un pastor alemán por crímenes de guerra, ni siquiera un perro de raza pura despreciará a un mestizo como compañero por razones de alcurnia, linaje o estatus. No hay perro blanco que discrimine a un canino negro, o amarillo o gris o moteado. Los san bernardos no iniciarán jamás una persecución inquisitoria contra los lebreles afganos excusándose en discrepancias religiosas.

Es curioso que los gatos, a pesar de su reputación mítica de solitarios, convivan tan vivamente de noche en tertulias inimaginables, reunidos en la oscuridad entre callejones penumbrosos y sobre los tejados de la cruel ciudad. No hace falta mencionar lo bien que pueden llevarse un gato persa y un siamés sea en un hogar cariñoso, o en las arduas veladas que la calle y el hambre les obligan a vivir.

Las confrontaciones que puedan surgir en gatos y perros obedecen a instintos ineludibles como la defensa personal o la protección del territorio vital, suscitándose puramente para sobrevivir. Aún así los canes conforman manadas multiétnicas para asaltar mejor los basureros y las gatas con hijos tienden a ceder un poco de alimento a sus símiles con menor fortuna para conseguirlo.

A decir verdad, el concepto ridículo de superioridades genéticas, físicas y culturales que hemos amasado los humanos, cual omnifóbico tabú, no puede incrustarse en la mentalidad sublime de nuestros compañeros animales. Su raciocinio, envidiablemente puro, los incita a crear una convivencia armónica y cordial, una verdadera amistad entre ellos sin considerar la superficie del camarada. Porque finalmente, un perro es perro para su manada, sea cual sea su color, género, aspecto e incluso si carece de algún miembro y los gatos caseros seguirán conversando con los callejeros, ceñidos por brumas citadinas, sobre la bufonesca estética humana y la tendencia de los “amos” a matarse por estupideces.

Todo mientras los humanos seguimos lanzándonos bombas, escupitajos, insultos y apostando alambre de púas para separarnos sin darnos cuenta de que ese acero punzante no conforma solamente barreras sino que también cubre los ojos, los oídos y forma mordazas. Tal vez si los humanos perdiésemos la capacidad de ver a colores, y el miedo a las diferencias podríamos alcanzar un grado más sano de felicidad, aunque es seguro que de seguir el ejemplo de las bestias terminaríamos por alcanzar la paz.

Porque ni perros ni gatos ven a colores y ni perros ni gatos discriminan

.C.


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